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ARTÍCULOS
30
12
2018

¿Aristóteles contra Darwin?

Aristóteles fue uno de los primeros filósofos en preguntarse acerca de la felicidad, y su visión aún perdura a día de hoy.
Preguntándose sobre el bien y el mal, Aristóteles creía que cada ente tenía una función que lo definía: un cuchillo debe cortar. Si corta bien, será un buen cuchillo. Si corta mal, será un mal cuchillo. Por supuesto, puede haber matices en esta clasificación.

Al hablar de seres vivos, la cosa se complicaba: ¿qué es un buen perro? Podríamos pensar que la función de un perro, que es un lobo domesticado, es servir al humano. Un perro que ayuda al ser humano (un buen pastor de ovejas, noble, cariñoso, etc) es un buen perro, y un perro que no ayuda o es agresivo hacia su dueño es un mal perro.

¿Pero cuál es la función principal de los seres humanos, aquello que nos define, que todos tenemos en común, que deseamos y para lo que estamos diseñados?

Casi todos diríamos: “la felicidad”, al igual que pensaba Aristóteles. La felicidad es el fin y lo que define la función de un ser humano. Ser feliz es lo que caracterizaría a un buen ser humano.

Y para conseguir esta felicidad, Aristóteles distinguía entre placeres corporales –comida, sexo, sueño, etc-, y placeres del alma (alma entendida como mente), entre los cuales estaba la educación y la cultura.

Para Aristóteles, la felicidad es el fin. Y los placeres corporales y del alma (mente) el medio para conseguirlos.

 

Sin embargo, por más que tratamos de perseguir esta felicidad, esta se nos sigue escapando.

No sé si algún filósofo lo ha escrito ya antes, imagino que sí y han sido más de uno, pero aún así lo cuento: mi teoría es que la felicidad no es el fin, sino un medio para conseguir otro fin diferente.

Para ello deberíamos enfocar esto desde el punto de vista de la biología: el fin real del ser humano, lo que nos define, es la necesidad de mantener nuestro genoma en el mundo. Es tener descendencia. Es el mismo fin de cualquier otro animal. Es la teoría de Darwin frente a la de Aristóteles.

Por tanto, ese estado tan caprichoso y esquivo llamado “felicidad” serían ráfagas de bienestar –temporal- que usa nuestra mente inconsciente como “premio” para conductas adaptativas que están relacionadas con el éxito como individuos dentro de nuestra especie.

La felicidad sería un medio para conseguir un fin último: la supervivencia nuestra y de nuestros descendientes.

Si lo pensamos, tiene todo el sentido del mundo. Estos “chutes” de felicidad nos guían a hacer lo correcto porque sin ello ¿de qué otra forma seguiríamos estos comportamientos que a veces son más costosos para nosotros mismos (más trabajo, menos recompensa)?.

Por ejemplo, el sentimiento de felicidad por encontrar una pareja o tener amigos está asociado a las conductas de reproducción y encajar en la tribu, lo cual nos permitiría tener una mayor seguridad y opciones de mantener nuestro genoma en el mundo.

¿Por qué si no íbamos a gastar energías en proteger a otro ser vivo? ¿Por qué si no íbamos a amar?

Encontrar un manantial de agua o conseguir comida eran conductas asociadas a sentimientos de felicidad colectiva, precisamente por lo mismo: nos acercan a nuestro objetivo real de supervivencia genética.

Esta visión nos permite sacar varias conclusiones:

Podemos conocer las conductas para las que estamos diseñados –nuestros cerebros siguen siendo los mismos que en el paleolítico- y a través de ello conocer mejor qué nos podría hacer felices y que no.

– Esta programación mental paleolítica hace que tengamos sentimientos ancestrales en cosas novedosas, por ejemplo: el aumento de la felicidad por tener muchos likes en un post de Facebook se relaciona con el sentimiento de “encajar en la tribu”. El placer de tener un ascenso o éxito en un campo determinado está asociado a el sentimiento de escalar en la tribu y tener mayor poder y seguridad, lo cual se relacionaría con mayor número de descendencia.

– Competir en un deporte se podría relacionar con las luchas de poder entre individuos dentro de una tribu. El placer asociado a la victoria es similar al que podría experimentar el macho vencedor de una pelea por el mando de la tribu.

Otros sentimientos son desadaptativos. El placer al comer era positivo para obligarnos a asumir el riesgo de cazar o la fatiga de recolectar. Pero ahora, con comida infinita sin mover un dedo, esto provoca epidemias de obesidad y enfermedades.

Realizando acciones que nos acerquen a nuestro objetivo real –mantener nuestro ADN en el mundo-, conseguiríamos un flujo mayor de felicidad.

 

Divagaciones de un día de campo…

Autor: Manuel Sola Arjona

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